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Manifestaciones más habituales de la vulnerabilidad al rechazo

1 Miedo a la ruptura

Es la manifestación más usual de la vulnerabilidad al rechazo, aunque no la única. Este miedo se manifiesta con una ansiedad constante por el hecho de que la pareja abandone la relación, ansiedad que se agrava ante determinados desencadenantes que sirven de gatillo o estímulo. El individuo con vulnerabilidad al rechazo puede tener alguna pequeña racha de mayor tranquilidad, pero normalmente se vive la relación al borde del precipicio, con una sensación más o menos continua de que, en cualquier momento, acabará todo, como si nada fuera completamente real. La persona vive en el convencimiento de que hay un abandono latente, un rechazo escondido con el que todo finalizará.

Para que se produzca esta inseguridad afectiva no es imprescindible que la pareja sea merecedora de ella por su falta de cariño, su carencia de expresiones amorosas o por mera ausencia de interés. En caso de que la inseguridad afectiva tenga fundamentos reales, la situación ya es del todo insoportable. En este caso, la reacción más habitual (que no es la única) es la sumisión, generándose así una relación prototípica de dependencia emocional, con un notable desequilibrio entre los miembros de la pareja y un comportamiento subordinado en el miembro dependiente.

Comportamientos concretos que se pueden producir en esta primera manifestación de la vulnerabilidad al rechazo, esto es, la del miedo al rechazo:

Son infinitos y algunos ingeniosos.

a)    Miedo a la desaparición. Es la más habitual en las primeras fases de una relación. La mecánica es la siguiente: cuando no ha pasado mucho tiempo después de la formación de la pareja, e incluso antes de formarse ésta, es normal que haya unas cuantas citas y entre medias un contacto por programas de mensajería tipo Whatsapp o por teléfono. La persona experimentará ansiedad si hay un retraso superior al esperado con uno de esos mensajes o llamadas; por ejemplo, si habitualmente se dan los “buenos días” por mensaje y ha pasado más de media hora del momento habitual, dicha persona empezará a sentir inquietud, y de inquietud podrá pasar incluso a la desesperación obsesiva. De nada servirá que la pareja haya tenido un comportamiento intachable hasta el momento. Si dicho mensaje llega minutos después se reducirá milagrosamente la ansiedad, pero eso no servirá para prevenir situaciones futuras porque, la experiencia y racionalidad juegan un papel muy exiguo ante todas estas fuerzas afectivas.

b)    Los celos. Miedo a que la pareja se pueda fijar en otra persona mejor, más guapa...Lo cual revela un déficit en la autoestima. De esta manera, cualquier comentario que la pareja pueda hacer con respecto a determinadas amistades, compañeros de trabajo, seguidores de redes sociales...que se identifiquen como personas amenazantes suscitará una reacción de obsesividad, de pensar que se puede fijar en ellas, desearlas o querer tener la relación con ellas.

c)    Amonestaciones continuas, demandadas a causa de una supuesta o real falta de interés, comportamientos aparentemente negativos...que ocasionan gran ansiedad. A través de la imposición se intenta que la pareja cambie su proceder, no con un ánimo de controlarla, sino con la pretensión de calmar la ansiedad generada por la posible pérdida total de la relación. Estos enfados se viven de una manera muy negativa por el otro miembro de la relación: cuando tienen una parte de fundamento, se experimentan con notable malestar y agobio que se verbaliza de manera cada vez más acentuada, produciéndose con el paso de las semanas y de los meses una escalada de violencia, con la aparición de menosprecios, faltas de respeto graves...; cuando no existe razón alguna el sujeto destinatario se siente tratado injustamente, da explicaciones o justificaciones en exceso, se fuerza a actuar de una forma en la que es eviten discusiones, sufre por la sospecha constante de la pareja y por su puesta en duda constantemente, y otras circunstancias a cual más negativa. Esta sucesión de enfados y de dudas infundadas erosiona notablemente la relación y el miedo a la ruptura del sujeto vulnerable se convierte en una profecía autocumplida.

d)    Comportamientos sumisos, son muy habituales y dependen tanto de la personalidad del individuo con miedo al rechazo como de la relación que tenga con su pareja (aunque nos centramos en el contexto de la pareja abarca otros ámbitos). Si la otra persona amenaza explícitamente con romper si hay más enfados o es muy agresiva, por ejemplo, dificultará mucho más los comportamientos de reproche y favorecerá los sumisos, independientemente de la personalidad del sujeto. Se piensa que con la sumisión uno gana puntos con la pareja, que se torna en imprescindible porque nadie va a tener un trato más fácil con ella o agradarla tanto. En realidad, con la sumisión disminuye su propia valoración, su cotización personal, y por eso el otro miembro de la pareja actúa exactamente igual, disminuyendo la valoración del subordinado. Este proceso de desequilibrio es inagotable, progresivo, se acentúa con el paso del tiempo: el sumiso se hace más sumiso y el dominante más dominante. Una vez más, el miedo a la ruptura total se convierte en una profecía autocumplida. La persona dominante se siente poderosa y despliega conductas de desprecio, crueldad e incluso asco, y en cualquier caso, de menosprecio muy intenso. La reacción del sumiso será incrementar la sumisión con una absoluta autoanulación, por lo que se perpetúa el círculo vicioso.

e)    Actitudes de reaseguramiento. Se parecen mucho a las conductas de comprobación propias de otras patologías como el TOC, y no es casualidad porque son respuestas habituales a la ansiedad. Son, en definitiva, comportamientos dirigidos a tranquilizar a la persona, a calmar el miedo, comprobaciones de que todo sigue en su sitio y de que la relación va a continuar. Hay dos tipos:

·         Efectuado por el sujeto de forma individual: Se trata de análisis más o menos exhaustivos de diversas conductas de la otra persona que intranquilizan notablemente. Se busca encontrar algo a lo que agarrarse, cualquier comentario o gesto que, en cierto modo, pueda paliar la sensación de ansiedad que se experimenta. Por ejemplo, si la persona vulnerable detecta un distanciamiento en los mensajes de texto o llamadas telefónicas, buscará algo que calme su ansiedad y podrá aferrarse a un “te quiero” que observe en dichos mensajes. Son comportamientos de autotranquilización que quizás lleguen a efectuarse de forma compulsiva, es decir, con excesiva recurrencia.

·         Comportamientos que requieren de la pareja: Son los más habituales, ya que por lógica quien más puede tranquilizar es el otro. Se solicita al otro que reafirme su compromiso, que sea más cariñoso o que proyecte un futuro en pareja. Son las demandas de amor y atención.

Estos comportamientos reducen la ansiedad a corto plazo, aunque no en el medio y en el largo.

2.  Miedo a la pérdida de interés

Se trata de la misma manifestación que el miedo a la ruptura, pero con una intensidad menor. La diferencia de ambos es más cuantitativa que cualitativa. El miedo a la ruptura supone picos más altos de ansiedad y con ellos una disminución muy acusada del estado de ánimo o un acceso de ira. En el miedo a la pérdida de interés se mantiene una intranquilidad constante y se va erosionando la calidad de la relación. Es el caldo de cultivo perfecto para el mantenimiento constante de la preocupación obsesiva. Sin necesidad de entrar en pánico, se reafirma una ansiedad continua y con ello, se genera una obsesividad que debilita notablemente al individuo

El miedo a la pérdida de interés se fundamenta en la percepción angustiosa por parte del individuo vulnerable de que su pareja le presta menos atención, no la prioriza con respeto a otras personas o actividades o le da menos importancia. Este miedo puede estar fundamentado en mayor o menor medida, desde ser inadecuado hasta totalmente lógico. Si es inadecuado es el sujeto el que distorsionará la realidad por su miedo y verá peligros donde no los hay; si es fundamentado, los sufrirá más que cualquier otra persona y reaccionará de manera inapropiada, bien con ira o bien con una ausencia de reivindicación propia que redunde en una tendencia sumisa.

3.  Intolerancia a la ruptura

En un gran número de casos, la pareja sí llega a actuar de una manera que promueva la inseguridad afectiva, o sea, sí existe una falta de interés patente que duela y que haga sentir un rechazo a la otra persona. En estas situaciones, sobre todo si son continuas y más o menos graves, hablamos de relaciones de baja calidad que deberían como mínimo cuestionarse y, en el peor de los casos, romperse.

Cuando la persona no es vulnerable al rechazo, es capaz de cuestionar o romper la relación, seguramente con dolor y con dificultad, tomándose el tiempo necesario. Cuando sí existe la vulnerabilidad al rechazo, se da un comportamiento paradójico: el individuo sufre terriblemente la situación porque es hipersensible a ella, pero precisamente por dicha hipersensibilidad considera angustiosa la ruptura definitiva y no la efectúa ya que el miedo a la ruptura es la primera manifestación de esta vulnerabilidad afectiva.

Centro de Psicología María Jesús Suárez Duque

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